"Se fue mi hermanito, un antiestrella de rock, inconformista, solidario, generoso, tenía un corazón atómico, una represa hidroeléctrica en su mente", escribe Adrián Menna sobre su hermano, el músico de Los Caballeros de Pedro Juan recientemente fallecido.
Por Adrián Menna
Mi hermano Santiago Menna fue músico, compositor e intérprete y durante cuatro décadas fue protagonista del circuito del rock de esta ciudad.
Si algo le tengo que agradecer a esta vida es haber compartido momentos trascendentes con tan luminosa persona. Las primeras conexiones con el rock fueron en el departamento de la calle Las Heras, en ese hogar compartíamos cuarto, él tendría diez años y se sentaba a escuchar a mi lado a Moris, Tanguito, Litto, Spinetta a la vieja escuela, vinilo vuelta y vuelta memorizando las letras, así fue escuchando desde Mercedes Sosa, pasando por los Beatles, los Rolling hasta Pink Floyd. Después él solito eligió el Punk, me hablaba todo el día de los Sex Pistols, New York Dolls, Clash y otros.
Cuando tenía 17 años le descubren un problema de salud, no encuentran el motivo y le dan seis meses de vida, la familia enloqueció. Mis padres lo llevan a Buenos Aires a ver a Favaloro, este lo opera y le salva la vida. Tres meses después continuaba con la música y el skate, fue cuando me contó que con unos amigos de la loma de Santa Cecilia iban a formar una banda Punk y que se iba a llamar Los Putrefaktos, no podía parar de reírme, hoy lo evoco y me causa muchísima gracia. También me mostró una hoja de cuaderno toda ajada que sacó del bolsillo, con la letra de Ataque Nuclear y se puso a cantarla, esa canción que años después Marcelo Sacco versionaría con Mal de Parkinson, muy buena por cierto.
Santiago Menna en el Bosque Peralta Ramos.
A principio de los ’80 nos veíamos seguido, el venía en moto a casa y se quedaba horas, jugaba con Julia y Macedonio como un niño más, a veces se quedaba a dormir, después de cenar sacaba su cuadernito y empezaba a cantar sus letras, imitando instrumentos con el sonido vocal, ahí empezaba la tormenta de cerebros, dábamos vuelta el mundo, lo poníamos al derecho y al revés todo el tiempo, nos íbamos por las ramas y terminábamos en el bendito cosmos. Fue en esa casona del Bosque en la calle Túpac Amaru donde me anoticio como primicia de la formación de Los Caballeros de Pedro Juan, el nombre me pareció genial. Debutaron el 1985 en el Teatro de la Biblioteca de 25 de Mayo y Catamarca, que en esos años tenía una movida importante, con el nombre de Los Motivadores porque un secretario del secretario de Cultura censuró el nombre Los Caballeros de Pedro Juan, decía que se asociaba a la marihuana, hoy parece un chiste.
En el ’88 son seleccionados por la Dirección de la Juventud de Buenos Aires para compartir escenario con Fricción y David Lebon, cuando abrieron el show y pelaron el bombo legüero, los fan de Fricción, con sus sacos larguísimos y su peinados dark empezaron a gritar folkloristas, fue muy divertido, al tercer tema estaban todos moviendo las patitas. Fue en aquella oportunidad que les ofrecieron grabar el preciado vinilo, esa noche en el Hotel Bauen, por mayoría decidieron no aceptar la propuesta y volver a Mar del Plata a producirlo de forma independiente, una de las condiciones era que tenían que ir a instalarse en la capital, pasarían cinco años para la salida de su primer disco. En octubre del ’96 fueron incluidos en la edición del libro 30 Años de Rock Nacional y tocaron junto a otros grupos en los homenajes que se hicieron en Obras Sanitarias. Fue la única banda que representó a Mar del Plata en ese evento.
En el verano del ’98 vio la luz su segundo disco 25 Veces Tierra. El legado de la obra de Los Caballeros de Pedro Juan hoy se puede apreciar en bandas como Cincoyares, Hombre Bomba y los solistas Lobito o Pez Globo por citar algunos.
Musicalmente Santiago abarcaba un amplio universo, va de la samba galáctica La Luna y La tierra o Nahuel (la metáfora de los desaparecidos) hasta La Marcha de Somisa (sobre los despidos de los ’90) o El Marplanauta, hace tiempo convertido en himno, me cuenta Camila que los marplatenses que viven en Barcelona cuando se juntan la cantan.
Su poesía está plagada de referencias al mar, el sol, la tierra, el cielo, el fuego; “me kiero encender”. Sus letras tienen referencias sociales, amorosas, políticas, ecológicas, cósmicas, surrealistas, existenciales, pero sobre todo eso, Mar del Plata, él te paseaba por un mar de imágenes que no encontrás en otros. Más que un saber teórico, aplicaba la intuición poética, armaba frases y la incorporaba a su idea sin una estructura académica, dejaba fluir, lo mismo su léxico, siempre está en un punto de equilibrio entre la ruptura y el error.
La poesía no tiene fórmulas, decía. Nunca pidió libertad, la ejercía “soy esclavo de mi libertad”, cantaba. Tenía una personalidad complicada, era quejoso, divertido, hiperquinético, ególatra, cocinero, soberbio, humilde, Liliana , mi compañera, lo definía así; “un loco al que veías actuar en el escenario y le perdonabas todo”. Tenía una parte de visionario, era complejo intelectualmente, una curiosidad temprana por la ecología, la astronomía y la culturas precolombinas.
Le toco vivir épocas adversas y siempre la música lo rescató. Estaba a la altura de los grandes del rock argentino y decidió vivir acá iluminando la música de esta ciudad.
Se fue mi hermanito, un antiestrella de rock, inconformista, solidario, generoso, tenía un corazón atómico, una represa hidroeléctrica en su mente. Todo lo que construyó Santiago tuvo que ver exclusivamente con su talento, el último rebelde del Rock Marplatense, un distinto, fue fuente de inspiración, de creatividad, de amistad, de hermandad. No pudo quitar sus emociones de la ecuación, se lo extraña mucho, la tristeza es inmensa.